«Un día casi me ahogo. Tenía 6 años, pero todavía me acuerdo como si fuera ayer: agitaba mis brazos en todas las direcciones… intentaba agarrarme a un soporte sólido. Cuando mis ojos sobrepasaron la superficie del agua, respiré profundamente, pero por desgracia, en lugar de tomar aire, tragué una bocanada de agua. ¡Todavía puedo sentir el pánico!

Afortunadamente, una persona desconocida que también estaba nadando en la piscina me agarró fuertemente del brazo, y mi padre me sacó del agua. ¡Estaba agotada! Confuso, el encargado de la piscina fijó inmediatamente la línea de flotación para evitar que otros niños pasasen de la piscina pequeña a la grande».

Se dice que cuando una persona se está ahogando, suele luchar con tanta fuerza que impide a los socorristas salvarla. En la vida, a veces nos ahogamos en nuestros problemas, nuestros sufrimientos y nuestro pasado, y luchamos contra Dios. Sin embargo, ¡solo él puede salvarnos!

La Biblia dice: “Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isaías 55:6). Pero Jesús también dijo: “No queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40).

¿Y si usted deja de luchar y permite que el divino Salvador actúe?

“Claman al Señor en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas” (Salmo 107:28-29).