Hoy nos dirigimos especialmente a los hijos de padres cristianos. Ustedes conocen la Biblia, pues sus padres se la han leído y explicado, los han educado según sus enseñanzas. Conocen el significado del pecado y, en general, han llevado una vida ordenada y honesta. Tal vez se hayan acostumbrado a la falsa idea de que son cristianos porque sus padres lo son, pero tienen que saber esto: aunque sus inclinaciones malvadas se vean frenadas por buenas normas de conducta, en el fondo no son mejores que los demás, y su educación cristiana no los convierte en cristianos. Como dijo Tertuliano en el siglo II: «No se nace cristiano, se llega a serlo».
Ignacio de Antioquía, en el siglo I, decía: «No basta con llevar el nombre de cristiano, hay que serlo».
Estos dos «padres» de la Iglesia entendieron la enseñanza bíblica. De la manera más clara, Dios afirma que todo ser humano es básicamente un pecador y debe dar un paso personal de fe para ser liberado del juicio.
Niños, jóvenes de familias cristianas, ustedes tienen el privilegio de conocer la enseñanza bíblica, pero eso no es suficiente. No se trata de unirse a una doctrina, sino de entregar el corazón a Jesús.
No se conformen con ser hijos de padres cristianos, sino conviértanse en auténticos cristianos, comprometidos con el que quiere ser su Salvador personal.
Sigan el ejemplo de los cristianos de Macedonia, quienes “a sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2 Corintios 8:5).
Éxodo 26 – Hechos 19:1-22 – Salmo 33:1-9 – Proverbios 11:17-18