El diccionario define la tentación como la atracción por algo prohibido por una ley moral o religiosa.
Desde la primera tentación, la de Satanás a Eva, que trajo el pecado al mundo, la humanidad se ha visto atraída por el mal. Incitados por el mismo seductor, todos, incluidos los cristianos, pueden sucumbir a tentaciones a las que pensaban que nunca cederían. Cada vez que el hombre es puesto ante su concupisciencia, es tentado. La Biblia describe perfectamente el proceso: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15).
Para resistir, después de haber reconocido que soy un pecador, y haber aceptado al Señor Jesús como mi Salvador, debo tener mis afectos dirigidos a él. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Amigos cristianos, no perdamos de vista esto, ¡de lo contrario estaremos en gran peligro! Pero nuestro Dios es clemente y misericordioso. Él conoce perfectamente nuestros corazones y nuestras intenciones. Si, a pesar de todo, hemos cedido a la tentación, no nos detengamos en esa derrota; reconozcámosla y volvamos a él. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Éxodo 27 – Hechos 19:23-41 – Salmo 33:10-15 – Proverbios 11:19-20