Dios, el Creador de todas las cosas, no se contenta con darse a conocer a través de la creación. Nos da una revelación escrita de Sí mismo, un tesoro sobre el que ha velado desde el momento en que se escribió hasta que fue transmitido.
El objetivo de la Biblia no es hacernos halagos, ya que nos revela la naturaleza profunda del hombre, su responsabilidad ante Dios, santo y justo, y el juicio que merece el hombre pecador. Pero también nos muestra que Dios nos ama, pues dio a su Hijo, Jesucristo, para librarnos del juicio y hacernos sus hijos.
Sus enseñanzas son la verdad, sus preceptos no cambian. Dios nos presenta una elección decisiva: las tinieblas o la luz. Pero al mismo tiempo nos dice lo que quiere para nosotros: “Escoge, pues, la vida, para que vivas” (Deuteronomio 30:19).
Apliquemos sus palabras a nuestra vida cotidiana. Es la luz que guiará nuestros pasos, el alimento que nos sostendrá moralmente y nos animará. ¡Es una Palabra viva! Jóvenes o ancianos, leámosla con regularidad y en oración, y dejemos que actúe sobre nuestra conciencia.
El cristiano puede decir: “Tu dicho me ha vivificado… me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos” (Salmo 119:50, 162).
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).