“Sucedió que estando él (Jesús) en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él” (Lucas 5:12-13).
Este hombre cubierto de lepra sabía que tenía una enfermedad incurable y que no había ni remedio ni médico. ¡Se dio cuenta de que Jesús era el único que podía curarle y que para él no había nada imposible! La respuesta de Jesús fue inmediata: “Quiero; sé limpio”.
Es la imagen de todo hombre que reconoce su estado pecaminoso ante Dios, sin posibilidad de librarse de él por sus propios medios.
¡Así que acudamos a Jesús, a aquel que sufrió el justo juicio de Dios contra el pecado en nuestro lugar! Pongamos simplemente nuestra confianza en él y en su sacrificio en la cruz. ¡La gracia de Dios es para mí! Dios puede declararme limpio, purificado y justo ante él.
El leproso dijo: “Si quieres, puedes”. Sabía que Dios tenía el poder para curarle, pero ¿querría Jesús curarle? Sí, Jesús le amaba, como demuestra el milagro que realizó inmediatamente. El amor siempre responde a la fe, aunque esta sea vacilante, ignorante o a veces esté mezclada con dudas.
Y a nosotros los cristianos, que podemos haber adquirido conocimientos estudiando la Palabra de Dios, ¿no nos falta a menudo la fe para creer que el Señor quiere bendecirnos?