Jesús levantó la vista y vio una gran multitud, a la que miró con profunda compasión. Entonces preguntó a Felipe dónde podían comprar pan para que comiesen. Felipe respondió que 200 denarios no bastarían para alimentar a la multitud. Otro discípulo señaló que un niño pequeño tenía cinco panes de cebada y dos peces, pero se preguntó qué era eso para tanta gente.
Con demasiada frecuencia subestimamos el amor y el poder de Jesús en situaciones que nos superan. Dios las hace posibles para enseñarnos a confiar en él. Fue a partir de lo poco que había, en manos de un niño, que realizó el gran milagro de la multiplicación de los panes, recogido en los cuatro evangelios.
El Señor busca la cooperación de su pueblo. Aprecia que pongamos a su disposición lo poco que tenemos, y entonces actúa. Multiplica lo que se le da aquí para alimentar a la multitud y para la alegría de este niño. Quiere transformar nuestras situaciones de carencia en experiencias de su gracia sobreabundante… ¡Las doce cestas de sobras dan testimonio de ello! ¡Y veamos la preocupación del Señor para que nada se desperdicie!
Jesús puede saciar nuestra hambre, satisfacer todas las necesidades de nuestra vida: amor, dignidad, perdón, respeto, felicidad y hambre de Dios mismo. Y puede hacer todo esto más allá de nuestras expectativas, si confiamos en él y obedecemos su palabra. Poco después de este milagro, Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35).