Cuando Jesús habla del perdón, a menudo utiliza la imagen de perdonar una deuda. Esta imagen nos ayuda a perdonar. En efecto, cuando alguien me ha hecho daño, considero que tiene una deuda conmigo, y creo que tengo derecho a reclamar una compensación por lo que me ha hecho, e incluso a hacerle sufrir lo mismo. Pero pensar en esto no resuelve nada y solo alimenta mi amargura.
Es cierto que también anhelo legítima justicia. Pero, ¿debo tomar la justicia por mis propias manos? ¡No! Eso llevaría a otras fuentes de resentimiento. Esa no es la solución.
El Señor Jesús nos invita a encomendar nuestra causa a Dios y a dejar que él restaure la justicia. Esta oración no implica ninguna tardanza ni excepción: “Perdónanos nuestras deudas -todas nuestras deudas-, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Jesús mismo “encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). No perdonar significaría guardar en nuestro haber las numerosas «facturas» por los agravios que hemos sufrido, según nuestra opinión. Es mucho más reconfortante y justo encomendar todo al Señor.
Liberarse de este peso, perdonar las ofensas, también significa hacer la paz y reconciliarse con el prójimo. A esto quiere llevarnos el Señor Jesús, y es un camino de libertad.
Job 25-27 – Hebreos 10:19-39 – Salmo 130 – Proverbios 28:7-8