Todo el mundo sabe que el primer paso para curar una herida es limpiarla muy bien. Una herida sucia o mal lavada pronto se infectará. Cuando esto sucede, hay que retirar la venda y limpiar más a fondo. El paciente sufre más y la cicatrización también tardará.
La Palabra de Dios alude a estos principios elementales. Compara a los creyentes con ovejas cuyas heridas deben ser curadas. En la Biblia, una herida evoca el sufrimiento o un mal estado moral. Limpiarla es aplicarle la acción purificadora de la Palabra de Dios con profundidad, para que las causas del mal sean eliminadas. En este caso sucede lo mismo: si solo limpiamos superficialmente, o si vendamos la herida precipitadamente, esta se infectará y empeorará, entonces habrá que «volver a abrirla», es decir, volver a las circunstancias dolorosas, y la curación se retrasará.
Al contrario, cuando una herida recibe los cuidados adecuados, es necesario vendarla, es decir, cubrirla y protegerla para que sane. Si volvemos a abrir constantemente una herida en un creyente, volviendo a las cosas que han sido resueltas, le haremos sufrir innecesariamente.
Cuidemos, pues, unos de otros con delicadeza. Pidamos al Señor, “el gran pastor de las ovejas” (Hebreos 13:20), la sabiduría para cuidar sus ovejas de forma adecuada. No vendemos apresuradamente una herida que no ha sido desinfectada a fondo, pero tampoco limpiemos indefinidamente una herida que necesita ser vendada…
Job 16-17 – Hebreos 7:1-17 – Salmo 124 – Proverbios 27:19-20