En mi pueblo vivía un hombre de 90 años que era el libro de historia del país. En su juventud había trabajado en varios oficios que ya no se practican; había participado en fiestas en lugares que ahora solo son montones de piedras. Solo había ido a la escuela primaria; sin embargo, había sido secretario de la alcaldía y había creado sucursales sociales y bancarias que todavía existen. También era el mejor cazador de la región, aunque cazaba sin perros, utilizando solo su conocimiento de la zona y de la caza.
Me agradó mucho conocerlo; nunca me habría cansado de hacerle preguntas. Pero un día tuve un remordimiento y me dije a mí mismo: disfrutas ampliamente los conocimientos y la experiencia de este anciano, pero nunca le compartes el tesoro que posees. Al darme cuenta de esta ingratitud, le regalé un Nuevo Testamento. El anciano lo leyó con interés y recibió gozoso al Señor Jesús como su Salvador. Tuvo que esperar 90 años para que el amor de Dios penetrara en su corazón. Fue un salvado de la última hora: su vida terrenal terminó poco después de esta lectura.
A los 90 años no es demasiado tarde para aceptar la salvación de Dios. Pero esto no debe motivarnos a postergar nuestra decisión de ir a Jesucristo. No debemos perder ni un día, porque el mañana no nos pertenece. Y si tenemos el privilegio de conocer a Jesucristo como nuestro Salvador, no dudemos en compartir este tesoro.
Job 1 – Juan 19:1-30 – Salmo 119:129-136 – Proverbios 26:27-28