David había hablado de pastos y de aguas tranquilas, y luego de caminos a seguir. Ahora habla del “valle de sombra de muerte”, esos momentos oscuros en los que sentimos el peligro, el miedo, y necesitamos especialmente una presencia protectora.
Cuando atravesamos el duelo o una enfermedad grave, o cuando la muerte proyecta su temible sombra, ¡cuánto necesitamos al Señor! Y qué consuelo saber que él siempre está presente. En esos momentos el creyente necesita aún más su cercanía, y puede decir con confianza: “No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”.
El apóstol Pablo estuvo prisionero en Jerusalén, y en Roma tuvo que comparecer ante el emperador romano. En ambas ocasiones experimentó que el Señor estaba a su lado (Hechos 23:11; 2 Timoteo 4:17). El Señor es fiel; siempre está presente en los momentos más difíciles: ¡qué tranquilizador es esto!
Pero hay algo más que nos reconforta: “su vara y su cayado”, dos herramientas características del pastor: el cayado para proteger a las ovejas, y la vara para reunirlas. Estas no son una herramienta cualquiera, sino las de “mi Pastor”. El Señor está ahí para dirigirme, para hacerme volver, para instruirme. No soy dejado solo con mis propias tendencias. Qué dulce seguridad: soy el objeto de los cuidados del Señor, quien me ha amado y me sigue amando (Hebreos 12:6-8). ¡Que nunca lo olvide!
Habacuc 3 – Tito 2 – Salmo 109:1-5 – Proverbios 24:13-14