Escuchemos a una misionera extranjera explicarnos por qué, durante muchos años, eligió la compañía de los traperos de El Cairo, en Egipto: «Lo que hace feliz al ser humano no son, como la publicidad quiere hacernos creer, los últimos ingenios de la moda, la riqueza o el poder, sino la calidad de las relaciones que mantiene. Los hombres y las mujeres tienen una inmensa necesidad de ser amados por lo que son, y no por la belleza de sus ojos. Y, a su vez, necesitan amar a alguien que les parezca digno de ser amado. El hombre, tal como fue creado por Dios, no puede, por sí solo, satisfacer su ser más profundo.
En África y Asia, niños y adultos mueren de hambre. En Europa la gente está muriendo por falta de relaciones con otras personas. Pero peor que la soledad es el vacío debido a la ausencia de Dios. Alguien lo expresó así:
–Nuestro corazón está inquieto, Señor, hasta que descanse en ti.
Y ningún ser humano, sea quien sea, puede satisfacer esta necesidad si no mira más allá de lo terrenal. Al atravesar los dolores y las alegrías de la vida, incluso si experimentamos el amor humano, anhelamos lo que está más allá de nosotros, necesitamos saber que Dios nos ama.
A veces la gente me pregunta cuál es el secreto de mi bienestar. Pues bien, ¡es Jesucristo! Él es el aliento de mi ser, la fuerza de mi debilidad, la alegría de mi corazón».
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer… permaneced en mi amor” (Juan 15:5, 9).
Nehemías 12 – Juan 12:1-26 – Salmo 119:49-56 – Proverbios 26:7-8