Un periodista deportivo estaba al borde de la muerte debido a una grave enfermedad que había afectado sus órganos vitales. Un trasplante de órganos le permitió «renacer», según sus propias palabras. Conmovido por su recuperación, escribió: «La muerte puede dar la vida».
De hecho, en la mayoría de los casos un trasplante implica que una persona muera para que se le pueda extraer uno de sus órganos.
Por cierto, todos sabemos que la muerte se nos presentará a más o menos largo plazo. Pero Dios nos ofrece libremente la posibilidad de «renacer», mediante la muerte de Cristo, con una vida eterna. Jesús nos lo revela en los evangelios: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Para que podamos nacer de nuevo, fue necesario que Jesús muriera. “Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado (en la cruz), para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15).
La fe nos permite beneficiarnos de esta obra. Jesús quiere salvarnos de la muerte, porque nos ama. Por ello dio su vida voluntariamente, sufriendo en la cruz. Debido a nuestros pecados, necesitábamos un Salvador: Jesús dio su vida para salvarnos; basta creer en él para recibir la vida eterna. ¡Cuán agradecidos debemos estar con Jesús! Esto nos conduce a adorarlo ahora y por la eternidad.
“Vemos… a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hebreos 2:9).
Ester 2 – Juan 13:21-38 – Salmo 119:73-80 – Proverbios 26:13-14