David ya no habla más de los caminos escarpados, del valle sombrío ni de los enemigos. Confiado, mira hacia adelante y sabe con certeza que la bondad de su Pastor le acompañará siempre y, al final, morará en la casa del Señor. Mirando hacia atrás, el creyente constata con qué amor el Señor lo ha guiado. Y puede afirmar que siempre estará rodeado de ese amor. ¿Cómo lo sabe? Porque el Señor ha prometido estar con él todos los días de su vida, hasta el fin (Filipenses 1:6; Mateo 28:20). ¡Le ayudará y velará por él a lo largo de su viaje, hasta llegar a la meta!
¿Qué meta? Para David, era la casa del Señor, su templo en la tierra. Para nosotros, es la casa del Padre, el cielo, la eternidad. Allí el Señor nos ha preparado un lugar, allí estaremos con él para siempre. Estaremos con el que fue nuestro Pastor en la tierra. Será el descanso perfecto y definitivo.
En otros lugares David habló de la belleza del Señor en su templo (Salmo 27:4; 63:2; 65:4), nunca se cansó de tal contemplación. El Señor también quiere que nosotros veamos su gloria en la casa del Padre. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado” (Juan 17:24).
Nehemías 1 – Juan 6:22-40 – Salmo 118:1-4 – Proverbios 25:12-13