«Con gran pesar, créame, nos vemos obligados a prescindir de sus servicios. Usted entiende, la coyuntura, la reestructuración…». Así fui despedido.
Estábamos recién casados, esperábamos un hijo, y nuestra situación no parecía alentadora. Pronto se sucedieron las llamadas telefónicas, las solicitudes de empleo y las respuestas siempre negativas. A medida que pasaban los días, diversos sentimientos me invadieron: rebeldía, amargura, desánimo, impaciencia, esperanza…
Mi esposa y yo habíamos conocido a Jesucristo como nuestro Salvador personal. Teníamos, pues, una relación íntima con Dios; el problema de la muerte y del más allá estaba resuelto para nosotros.
Pero en nuestra situación, la pregunta que persistía era: ¿Cómo salir del apuro? La lectura de la Biblia y sus promesas, las oraciones de otros cristianos, su ayuda moral y espiritual eran muy valiosas para nosotros. Entonces Dios intervino. Me dirigió en mi búsqueda y nos dio la solución en el momento en que no veíamos salida. Pude mantener mi profesión de diseñador y encontrar un trabajo estable.
Esta experiencia no fue en vano: pudimos comprobar que Dios responde las oraciones y que, entregándole la dirección de nuestras vidas, podíamos confiar en él para nuestras necesidades diarias.
Esdras 8 – Juan 5:1-23 – Salmo 116:1-11 – Proverbios 25:6-7