Aun siendo Dios, Jesucristo fue un hombre de oración en la tierra. Dio ejemplo a sus discípulos y les enseñó a orar (Lucas 11:1-4; 22:39-40). A menudo, pasando por Jerusalén, llevó a sus discípulos a un huerto situado en una colina desde donde se podía ver la ciudad. Allí había orado varias veces con ellos y les había enseñado. Judas integraba el grupo. Él también había ido a dicho huerto y había presenciado esos momentos de dulce intimidad y comunión. Iba con ellos, pero su corazón estaba en otra parte. Había oído a Jesús anunciar el mensaje de Dios. Sin embargo, cuando los principales de los judíos buscaban la manera de prender a Jesús, aceptó traicionar a su Maestro a cambio de treinta monedas de plata (Mateo 26:15).
Es muy bueno tener momentos y lugares para la oración. Es una buena costumbre asistir a las reuniones cristianas. Conocemos el lugar… pero, ¿dónde está nuestro corazón? ¿Cuál es nuestra relación con Jesucristo? Judas conocía el lugar, pero con un beso traidor señaló a Jesús a la multitud armada que lo acompañaba en la noche.
Muchos de ustedes, niños y jóvenes, van con sus padres a un lugar de culto los domingos: esto es un privilegio, una buena costumbre. Pero, ¿permanecerán lejos de Jesús, como Judas, o se unirán a él sinceramente para orarle, escucharlo y adorarlo?
“Yo me alegré con los que me decían: A la casa del Señor iremos” (Salmo 122:1).
Job 9 – Hebreos 2 – Salmo 119:169-176 – Proverbios 27:9-10