El 30 de junio de 1859, el equilibrista Jean-François Gravelet, conocido como Charles Blondin, cruzó las cataratas del Niágara sobre un cable de 330 metros, ante miles de espectadores. Repitió la hazaña diecisiete veces, añadiendo variaciones: sobre zancos, empujando una carretilla, con una bolsa sobre los hombros, dando volteretas, etc. Se dice que una vez se dirigió a un espectador de la multitud y le preguntó: «¿Crees que puedo cruzar con un hombre a cuestas?». El hombre asintió con entusiasmo.
«Entonces, ven y cabalga», respondió Blondin. Pero el hombre se negó rotundamente. Creía en las habilidades del equilibrista, pero su confianza era solo teórica y no le involucraba personalmente. No estaba dispuesto a confiar su vida a Blondin.
Este hombre nos hace pensar en algunas personas que se entusiasman cuando se les habla de Jesucristo. Lo llaman “el Salvador del mundo” y le tienen gran estima. Pero cuando se trata de involucrarse y confiarle su vida, se niegan a hacerlo.
Una cosa es creer que Jesucristo es “el Salvador” que murió por los pecadores, y otra muy diferente es creer que murió por mí, y confiarle el tema de mis pecados y de mi salvación.
Si su fe solo es teórica, si no lo compromete, tampoco lo salvará.
Job 13-14 – Hebreos 5 – Salmo 122 – Proverbios 27:15-16