«Dios no es grande». Así se titula un libro en el que el autor intenta demostrar que Dios no existe. La Biblia, contrariamente, da testimonio de la grandeza de Dios: “No hay semejante a ti, oh Señor; grande eres tú, y grande tu nombre en poderío. ¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? Porque a ti es debido el temor” (Jeremías 10:6-7). Dios demostró su grandeza en la creación del universo: “El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría” (Jeremías 10:12). Rechazar este testimonio que puede ser comprobado por todos, y no dar gloria a Dios, es envanecernos en nuestros pensamientos, entregados a las concupiscencias de nuestro corazón (Romanos 1:20-24).

Pero Dios se dio a conocer de una manera aún más maravillosa al venir a la tierra. De Jesús, nacido de la virgen María, se dice: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:32). Toda su vida demostró su grandeza. Las multitudes se asombraban del poder de Dios viendo los milagros que hacía (ver Lucas 9:43).

Sobre todo, lo que debemos reconocer en el Señor es la profundidad de su amor. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (1 Juan 3:16).

La Biblia nos dice que Dios es “grande en misericordia y verdad… perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6-7). Que nadie desprecie “su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4).