La fuerza «sobrenatural» concedida por Dios a Sansón le dio una libertad inusual. Pero aprovechando esta libertad, Sansón se dejó atar por el mal (Jueces 16).
¿Y qué sucede con nosotros los creyentes? En la cruz, Cristo venció a Satanás. La resurrección de Cristo prueba que él quitó al diablo todo el poder de la muerte (Hebreos 2:14). Esto significa que si creo en el sacrificio de Cristo, soy verdaderamente libre. Sin embargo, ¡cuántas veces me identifico con Sansón! Hay ataduras en mi vida que me he puesto o me he dejado poner, ataduras con cosas que sé que son contrarias a la voluntad de Dios. Ellas me impiden vivir la plena libertad que Jesús me da. Estas ataduras se forman en mi corazón por las codicias que dejo desarrollar. A veces no es nada malo al principio, pero es mi voluntad personal la que actúa, y no la de Dios. Cuando me doy cuenta de esto, me pongo muy triste. Cuando el mal triunfa, me quita la alegría que encuentro en Cristo, porque me culpo por mis debilidades.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Renunciar y decir que Dios sabe muy bien que soy débil? No, Dios me ama demasiado para dejarme en esta situación, él quiere mi bien. ¡Ánimo! Dios me da la fuerza para decir no, o para huir de lo que me hace pecar. Él quiere librarme de mis cadenas. ¡Qué gozo triunfar a través de él!
Por el contrario, Sansón «cerró los ojos» a estas ataduras que no quería ver, hasta que fue demasiado tarde para él. Perdió su libertad en la tierra.
Job 4-5 – Juan 20 – Salmo 119:145-152 – Proverbios 27:3-4