«Los problemas de mis compatriotas que soportaban grandes sufrimientos bajo un gobierno totalitario me atormentaban mucho. Los predicadores eran ejecutados, los cristianos encarcelados y las Biblias quemadas.

Decidí visitar a los cristianos que viven en zonas apartadas para animarlos y darles Biblias. Tuve que viajar en una caravana de autos a uno de esos lugares, ya que viajar solo era demasiado peligroso. La caravana fue detenida en un puesto de control. Unos soldados armados me detuvieron. Me confiscaron todo: mi auto, mis pertenencias, mi dinero y todas las Biblias. Luego me metieron en un vehículo militar y me llevaron a la cárcel.

La primera pregunta que le hice a Dios fue: -Señor, ¿por qué yo? Quiero servirte, pero ¿cómo puedo hacerlo en la cárcel?

Entonces recordé un encuentro que había tenido en esa región con unos predicadores. Ellos estaban muy preocupados por todos los presos en el país, que no conocían a Dios, ni a Jesucristo, el Salvador. Decidimos orar y pedir a Dios que llenara a algún cristiano de amor por estos presos, y lo enviara a ellos con el Evangelio de la salvación.

En ese momento no me di cuenta de que yo sería la persona que les llevaría el Evangelio. Podemos convertirnos en la respuesta a nuestras propias oraciones».