En 2016, un jardinero en la ciudad de Ginebra, Suiza, tuvo que cortar un haya espléndida. El árbol estaba siendo devorado por un hongo. ¿Por qué destruir un árbol tan hermoso? Este árbol amenazaba con derrumbarse bajo su propio peso, pero también con contaminar los árboles cercanos a él.
Como ese árbol, podemos provocar la admiración de quienes nos rodean. Sin embargo, nuestra actitud exterior a menudo esconde oscuros secretos de nuestro interior.
Cuando Jesús vino a la tierra no trató de impresionar. Vivió como alguien que no tenía “parecer… ni hermosura”; en él no había ninguna apariencia que atrajera la mirada (Isaías 53:2). Lo que llamó la atención fueron sus palabras y sus actos, que reflejaban la verdadera bondad. Sus palabras alcanzaron su objetivo, logrando grandes liberaciones.
La mirada del Señor sobre cada una de sus criaturas es diferente a la de los hombres. Los hombres solo ven la apariencia, pero el Señor ve el corazón. Él dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón” (1 Samuel 16:7; Jeremías 17:9-10). Este corazón está «carcomido» por la mentira, el orgullo, el odio, la maldad.
¿Procederá Dios con el hombre como el jardinero de Ginebra? ¡No! Él nos invita a ir a Jesús. Por medio de su sacrificio en la cruz, Jesús resolvió el problema del mal que hay en nosotros y del cual no podemos deshacernos por nosotros mismos. El que cree en Jesús es lavado, santificado y justificado “en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11).
Job 6 – Juan 21 – Salmo 119:153-160 – Proverbios 27:5-6