Un evangelista, comentando la expresión “Bástate mi gracia”, afirmó que la gracia de Dios era suficiente para hacer frente a todo. Al día siguiente, uno de sus oyentes se le acercó y, para avergonzarlo, le preguntó a quemarropa:

–¿Tiene la gracia suficiente para morir como un mártir?

–No, fue la respuesta. Pero hoy tengo la gracia suficiente para asumir la reunión a la cual he sido invitado…

Como cristianos nos atormentamos fácilmente ante la idea de pasar por una prueba difícil. Nos asombra escuchar que los mártires pudieran ir a la hoguera cantando himnos. Nos sorprende ver a un amigo cristiano ir tranquilamente a someterse a una arriesgada y pesada cirugía. «¡Yo no podría!», pensamos.

Y olvidamos que el Dios de esos mártires, o el de nuestros amigos, también es nuestro Dios. Si confiamos en él, no dejará de darnos, a su debido tiempo, la gracia necesaria para superar las circunstancias que nos envía, para su gloria. “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).

Si nos diera de antemano la fuerza y el valor para enfrentarnos a todo, correríamos el peligro de creernos muy fuertes y olvidar que lo necesitamos. Dios quiere que sus hijos le invoquen, día tras día, tanto para las cosas grandes como para las pequeñas. Nos invita con bondad a alejar la preocupación por el mañana. “Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:34).