El evangelista caminó un momento y luego se arrodilló en la nieve para orar otra vez por esta situación. De repente oyó el gemido de un bebé. Guiado por el llanto, llegó a un pozo abandonado. Allí encontró a un pequeño ser temblando de frío y envuelto en una manta; emocionado lo tomó en sus brazos. ¡Era el bebé robado, una niña! Había sido abandonada porque las parejas de la ciudad solo querían comprar niños. Corrió hacia el pueblo con el bebé en sus brazos.
Los aldeanos, sorprendidos y felices a la vez, acompañaron al hombre a la cabaña de los padres.
– ¿Quién es ese Dios al que oraste y respondió a tu oración?, preguntó el padre.
Ante unos treinta aldeanos atentos, Xi pudo predicarles el Evangelio y, en resumen, dar esta respuesta:
– El Dios a quien oré vino a la tierra en forma de un niño hace aproximadamente 2000 años. El gran Dios creador del cielo y de la tierra, el Dios infinito y todopoderoso, descendió hacia nosotros en la persona de su Hijo, el Señor Jesús. Él vino para liberarnos del poder del diablo, quien nos arrastraba con él hacia una eternidad trágica. ¡Dios quiere hacernos felices con él para siempre! La muerte no es el fin de la existencia; tampoco existe la reencarnación.
Dios nos amó tanto que dio a su Hijo unigénito para que todo el que cree en él tenga la vida eterna.
Esa noche los padres de la niña entregaron su vida a Jesús.
2 Crónicas 36 – 2 Corintios 10 – Salmo 106:28-31 – Proverbios 23:24-25