¡Qué bella promesa! “Te haré entender, y te enseñaré el camino…”. El Señor desea guiarnos en el camino de la vida, cuando todo parece oscuro, pero también cuando todo nos parece fácil.
Dios fija su mirada de bondad sobre nosotros: nos conoce, nos dirige, también nos corrige y nos advierte: “No seáis como el caballo, o como el mulo…”. En efecto, podríamos desviarnos del camino que Dios quiere que sigamos, mostrándonos impulsivos como el caballo, al cual hay que detener, u obstinados como el mulo, al cual es necesario aguijonear para que avance. ¡Cuánta energía se derrocha, a veces, en cosas inútiles! Entonces Dios, con sabiduría, actúa por medio de circunstancias difíciles, como el “cabestro” o el “freno”, para refrenar nuestra precipitación o para hacer ceder nuestra obstinación: ¡Nos cuesta tanto obedecer! De esta manera busca traernos nuevamente a él cuando nos alejamos. Desea que permanezcamos a su lado, para nuestro bien.
Somos sus hijos, él se ocupa de nosotros a fin de formarnos “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10).
Dios no nos olvida; mantiene sus ojos fijos en nosotros. Es el Maestro atento que nos enseña por medio de su Palabra, para conducirnos según su voluntad al objetivo que se propuso. Leamos la Biblia atentamente y pidámosle, como el autor del salmo: “Enséñame, Señor, tu camino, y guíame” (Salmo 27:11).
1 Crónicas 10 – Lucas 11:29-54 – Salmo 89:15-18 – Proverbios 20:12-13