En los versículos de hoy percibimos cuánto anhelaba Jesús que quienes lo rodeaban lo siguiesen. Por supuesto, deseaba que sus conciudadanos creyesen en él y lo reconociesen como el Hijo de Dios. Pero deseaba aún más tener verdaderos discípulos, personas fieles y devotas que le siguiesen.
Esto nos llama la atención: nosotros que recibimos la salvación por fe, no nos conformemos con ser salvos y tener el perdón de nuestros pecados. Nuestro Salvador espera de nosotros una verdadera consagración a su servicio. Desea que llevemos fruto para él, mucho fruto. Este fruto puede ser personas que hayamos conducido a la fe y a la salvación. Sin embargo, también se trata sencillamente de una vida cotidiana santa, apacible, consagrada, un comportamiento que muestre que somos cristianos. Nuestro Dios aprecia ver en la tierra hombres y mujeres en quienes se pueda reconocer su unión a Jesús (Hechos 4:13).
El segundo versículo nos da la clave para estar a la altura de dicha tarea. La buena voluntad no basta, también es necesario el discernimiento de la voluntad de nuestro Padre. Allí interviene la lectura de la Biblia, Palabra viva que nos enseña, nos corrige y nos conduce a una buena “higiene” espiritual. Leamos el santo libro diariamente, para “que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra” (Colosenses 1:9-10).
2 Reyes 4:1-24 – Romanos 9 – Salmo 66:16-20 – Proverbios 16:19-20