En una entrevista reciente, una ministra afirmaba con convicción: “Mi único amo es mi conciencia”, y añadió: “No quiero buscar en mí qué parte viene de mi educación religiosa, de mi cultura y de mis conocimientos acumulados. Soy el producto de todo eso, que se mezcla entre armonías y tormentos”.
Seguir nuestra conciencia es evidentemente algo bueno, pero es preciso saber sobre qué se basa la conciencia. La ministra entrevistada es consciente de ello, pues declara que es el producto de su educación, de su cultura y de sus conocimientos. La conciencia de uno es diferente a la de otro, y afirmar que “mi único amo es mi conciencia” equivale a decir que mi único maestro es lo que pienso, es decir, ¡yo mismo!
Este no es para nada el lenguaje de la Biblia. El bien y el mal no tienen que ver con la cultura; se refieren a lo que es o no es conforme a lo que Dios, el Creador de los hombres, dice. Finalmente él es el juez de cada hombre. La falta original del hombre es querer decidir por sí mismo lo que es el bien y lo que es el mal. Esta falta conduce a todos los abusos. Sin embargo, no puede cambiar nada de lo que Dios nos ha revelado sobre el bien y el mal.
El ser humano tiene una conciencia, pero ella no es la que fija la norma. El hombre no es la referencia de todo, no es el origen de todo. El origen de todo es Dios. La conciencia debe estar dirigida por la Palabra de Dios. Al escuchar a Dios encontramos la verdad y el camino de la vida espiritual.
2 Samuel 16 – Hechos 7:1-29 – Salmo 25:16-22 – Proverbios 10:13-14