A sus trece años de edad, Erino Dapozzo (1907-1974) aprendía un oficio lejos de su casa paterna. Su madre oraba por él y en sus cartas le recordaba que leyese la Biblia. Un día Erino sacó su Biblia del fondo de un baúl y la abrió al azar. La Palabra de Dios despertó su conciencia y le mostró que su vida no estaba en regla con Dios.
“Esto tiene que cambiar”, se dijo Erino. Y decidió tomar buenas resoluciones: “A partir de ahora, Señor, voy a obedecer al patrón, voy a dejar de mentir, etc.”.
A pesar de sus esfuerzos, los días pasaron sin que lograse cumplir sus promesas. Finalmente decidió escribir en una hoja de papel: “A partir de hoy, Señor, no pecaré más, te lo prometo, es la última vez (firmado Dapozzo)”.
¡Esto tampoco sirvió de nada! Tuvo que comprobar el fracaso de sus esfuerzos y la inutilidad de sus buenas resoluciones. Comprendió que solo Jesucristo podía, en su gracia, liberarlo de sus pecados, pues murió por él.
Más tarde, llegó a ser un evangelista; decía a sus auditores: “Mil millones de monedas de plata, un millón de oraciones, un montón de buenas obras o un océano de lágrimas no pueden borrar un solo pecado de nuestra vida, pero la preciosa sangre de Jesucristo derramada en la cruz puede borrarlos todos”.
Querido lector, ¿dice usted como Dapozzo: “A partir de hoy, Señor…?”. ¿Trata de mejorarse a sí mismo, de agradar a Dios mediante sus propios esfuerzos? Haga como Dapozzo, renuncie a ello, y pida ayuda a Jesús el Salvador. Él le ama tal como es y quiere salvarlo gratuitamente.
2 Samuel 9 – Hechos 1 – Salmo 22:25-31 – Proverbios 9:13-18