Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
– El ejemplo (Hechos 9:1-22): Saulo (el futuro apóstol Pablo) era un adversario implacable de los cristianos. Era, como lo diría más tarde, un “blasfemo, perseguidor e injuriador”, el “primero” de los pecadores (1 Timoteo 1:13, 15). Un día iba a Damasco, Siria, para arrestar a los cristianos. Pero en el camino, en pleno mediodía, repentinamente un resplandor de luz del cielo lo dejó ciego. Cayó al suelo y se dio cuenta de que Aquel que lo interpelaba desde lo alto era Jesús… ¡a quien él perseguía atacando a sus discípulos!
– La lección: ¡La conversión de Saulo es excepcional, impresionante! Pero es un ejemplo de la de todos los creyentes: “Fui recibido a misericordia” (1 Timoteo 1:16). ¿He tenido yo mismo este encuentro con el Señor? Quizá no haya sido tan espectacular; sin embargo, si soy un verdadero creyente, un día tuve que inclinarme ante Jesucristo vivo, y escucharlo hablarme personalmente.
A menudo este encuentro decisivo se produce leyendo la Biblia, escuchando un mensaje bíblico, hablando con un creyente… Entonces comprendo y creo: ¡Jesucristo vive! Ya no es aquel que contemplaron muerto en la cruz; es el Señor en el cielo, aquel que tiene toda la autoridad. También es el autor de la fe, en el cielo, pero unido a cada uno de los creyentes en la tierra.
Desde el momento de su encuentro con el Señor, Saulo le habló. Yo también, si creí, puedo hablarle, orar y decirle: “¡Señor Jesús!”.
(continuará el próximo miércoles)