Poco antes de su muerte, un filósofo ateo estaba profundamente desesperado. Estas palabras son atribuidas a él: “Sé que debería morir con la esperanza de obtener algo mejor, pero la esperanza debe tener un fundamento…”. Desgraciadamente, aquel filósofo no lo tenía.
En contraste con esto, el patriarca Job tenía una esperanza sobre la cual fundaba su fe. Mientras sufría intensamente debido a su enfermedad, y sin saber si sanaría, podía decir: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25-26). Aunque el sufrimiento lo agobiaba y traía preguntas que permanecían sin respuesta, él esperaba y creía en su Redentor.
Muchos creyentes pueden sentir angustia frente a la muerte. Pero incluso si temen ese momento final, el Señor Jesús les da la paz y la esperanza de la resurrección. Así, a la hora de partir con el Señor, tienen la certidumbre de estar para siempre con él.
En efecto, el que cree en Jesucristo sabe que su Salvador murió en la cruz por sus pecados, y que venció a la muerte, resucitando al tercer día. Esta es la base de su fe. Sabe que como su Redentor resucitó, él también resucitará para vivir eternamente con él. Su futuro y su esperanza son una realidad viva, alcanzada ya por la fe.
¿Posee usted esa fe que da la seguridad más allá de la muerte?
Jeremías 2 – Lucas 11:29-54 – Salmo 89:15-18 – Proverbios 20:12-13