Isabel, viuda por segunda vez, no hallaba consuelo ante la pérdida de su marido. No veía ninguna razón para continuar viviendo. Un día llevó a su nieto en automóvil al parque. Después de ubicar al niño en su silla y ajustarle el cinturón, se sentó al volante e iba a poner el vehículo en marcha, sin ponerse su cinturón de seguridad. El niño exclamó: -¡Abuela, no te has puesto el cinturón! Ella respondió con tristeza: -¡Oh, Lucas, mi seguridad no es importante! Quisiera más bien ir al cielo donde está el abuelo.
Indignado, el niño de cinco años exclamó: -Pero, ¡entonces me dejarías solo!
De repente Isabel tomó consciencia de que su vida no carecía de sentido. Por medio de ese niño Dios le daba una nueva razón para seguir viviendo, para ser útil, y le mostró que podía hacer un servicio para él.
El profeta Elías también deseaba morir cuando su misión con el pueblo de Dios no había tenido los resultados que él esperaba (1 Reyes 19). Entonces Dios le mostró que, en su gracia, no consideraba sin esperanza la situación del país, y que aún tenía una tarea para el profeta. Elías tenía, pues, una razón válida para continuar viviendo.
¡No nos dejemos desanimar nunca! Dios siempre tiene un proyecto para nosotros mientras nos deje en la tierra. Pidámosle que nos abra los ojos, si ya no logramos ver lo que él espera de nosotros. Entonces el desaliento dará lugar nuevamente a la confianza. La gracia y el amor de nuestro Padre celestial nos acompañarán cada día.
Números 30 – Lucas 7:24-50 – Salmo 86:1-6 – Proverbios 19:24-25