Era la última noche que iban a pasar juntos. Jesús habló durante mucho tiempo con sus discípulos, luego cenó con ellos. Mientras comían, tomó un pan y les dijo: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí”. También les dio a beber de una copa, señal del nuevo pacto que iba a establecer; nuevo porque no pide nada al hombre. En efecto, por medio de su muerte en la cruz, Cristo iba a satisfacer perfectamente las exigencias de la justicia divina.
Jesús quería que los suyos se acordaran de él porque no estaría más visible en la tierra. Desde entonces, cada domingo los creyentes pueden reunirse para recordar que Jesús tomó su lugar bajo el juicio de Dios. Participando de la Cena nos acordamos de él y de lo que hizo: la Cena es el recuerdo de su persona, y no solo el recuerdo de su muerte. Nuestro Salvador fue abandonado por los hombres, fue el “Varón de dolores” (Isaías 53:3), supo lo que era el sufrimiento, fue “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Participando de la Cena anunciamos la muerte del Señor hasta que él venga. Reflexionemos en el sentido de las palabras: “la muerte del Señor”. ¡El que es llamado el Señor, murió, dio su vida! Pero también resucitó y vive eternamente. Mientras esperamos su regreso, recordamos su muerte. Unidos a todos los creyentes, decimos con el Espíritu: “Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
Isaías 20-21 – 2 Tesalonicenses 2 – Salmo 42:7-11 – Proverbios 13:12-13