Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.
Desde hace seis años le sirvo.
He trabajado para mi señor,
Respondiendo cada día a sus deseos;
Siervo comprado, he pagado la deuda:
Por fin puedo irme, la ley así me lo permite.
Pero en esta casa se han tejido lazos
Mucho más fuertes que la esclavitud,
Más poderosos que la ley;
Hay un motivo más grande,
Más bello que me retiene,
Y no me tomaré esta libertad.
Mi señor me ha dado, durante los años de mi servicio,
Una esposa e hijos que amo.
Por él, por ella, por ellos,
Hago este sacrificio:
No quiero abandonar a aquellos
Que Dios me ha confiado.
La marca dolorosa en mi oreja
Permanecerá grabada,
Será como un testimonio de mi entrega;
Mi oreja horadada hablará desde ahora
Del amor por mi señor, mi esposa y mis hijos.
Como ese siervo, Cristo amó a su Dios,
A Su muy amada Iglesia,
A cada uno de sus rescatados,
La huella del suplicio, en su cuerpo glorioso,
Reiterará su amor durante la eternidad.
R.A. (Según Éxodo 21:1-6)