Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Casarse significa unirse. Es la unión oficial, pública, entre un hombre y una mujer, y es para la vida en la tierra. Dios la reconoce. Él mismo estableció este vínculo. Jesús nos dice: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6). En este marco del matrimonio es donde Dios ha previsto que se viva la sexualidad, unida a la gran felicidad de tener hijos (Génesis 1:28). El amor de los esposos se vive en una verdadera comunión de alma, espíritu y cuerpo. Lo que hoy llaman «hacer el amor», fuera de los lazos del matrimonio, en la Biblia es denominado fornicación o adulterio. Uno puede preguntarse: Con tales limitaciones, ¿Dios quiere realmente nuestra felicidad? Además, muchos matrimonios, incluso entre cristianos, terminan mal… Entonces, ¿vale la pena casarse?
– Dios formó a la primera pareja con amor y sabiduría, y planeó todo para su felicidad. ¿Quién podría escribir nuestra “hoja de ruta” mejor que nuestro Dios Creador?
La Biblia no presenta el matrimonio como la clave de la felicidad, sea cual sea nuestra conducta. Pero nos dice en qué condiciones el amor de los esposos puede florecer, enriquecerse. Por ejemplo, reconociendo el carácter exclusivo del matrimonio, el hombre y su esposa, y la complementariedad de los cónyuges en la pareja. Siempre será una fuente de bendición buscar la voluntad de Dios y hacerla. Vivir en pareja sin casarse conduce a un compromiso limitado. Pero el matrimonio que Dios aprueba supone un compromiso total, para toda la vida, en un amor fiel, que se apoya en su gracia.
Isaías 37 – Marcos 1:21-45 – Salmo 48:9-14 – Proverbios 14:13-14