El verdadero cristianismo no es una religión, un conjunto de verdades a las cuales uno se adhiere. Es el conocimiento real de alguien. El cristianismo es Cristo conocido, amado, obedecido e imitado. Hemos sido puestos en relación con una persona incomparable: el Hijo del amor del Padre. Él nos dio una herencia con él en la luz, un lugar en su reino, el perdón de los pecados, la paz que él hizo con su propia sangre, la vida eterna. Pero lo que hace la grandeza de esta obra es la nobleza de Aquel que la cumplió.
El primer capítulo de la epístola a los colosenses reúne en un deslumbrante cuadro algunas de las glorias del Hijo de Dios: lo que él es, lo que ha llegado a ser, lo que hizo por nosotros y con nosotros. Estos versículos afirman su doble primacía: sobre el universo creado y sobre su Iglesia; su doble título de primogénito de toda creación (es decir, de heredero universal) y de primogénito entre los muertos. Por él la vida salió de la nada cuando lo creó todo. Él es el Creador de todas las cosas en los cielos y en la tierra (v. 16). Es el Reconciliador de todas las cosas en la tierra y en los cielos (v. 20). Finalmente es el Señor, quien debe tener el primer lugar en todas las cosas: en los cielos, en la tierra y en nuestro corazón (v. 18).
Isaías 24-25 – 1 Pedro 1:13-25 – Salmo 44:9-16 – Proverbios 13:18-19