Mi médico cambió la decoración de su consultorio. Ahora hay un enorme cuadro de una ciudad moderna, con colores tenues, gris y rojo oscuro. Todo parece confuso, sin claridad, ¡verdaderamente triste!
Cuando estuve ante él, le di mi opinión sobre el nuevo cuadro. «Quería cambiar de estilo», respondió. «¡Pero prefiero este!», añadió mientras me mostraba un magnífico paisaje de montaña ubicado a mis espaldas.
El contraste entre estas dos fotos me hizo reflexionar. Atendiendo a los enfermos, este médico hacía un trabajo muy útil, pero era un poco como estar en una ciudad oscura. También necesitaba las montañas, esas alturas donde se sentía bien, donde su mente podía descansar…
Como cristiano necesito esos momentos de paz, que son como un paseo por la montaña. Son los momentos en los que me acerco al Señor para buscarlo y alabarlo… Pero también me tiene como su enviado en el mundo. Él dijo a su Padre, hablando de sus discípulos: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18).
Creyentes, Dios nos confió la misión de anunciar “el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8). Jesús fue de un lugar a otro haciendo el bien (Hechos 10:38), y nos llama a hacer el “bien a todos” (Gálatas 6:10). Entonces, ¿dónde podemos mostrar el amor de Dios? En todas partes, a veces incluso en los lugares oscuros y tristes de nuestro mundo.
Isaías 35-36 – Marcos 1:1-20 – Salmo 48:1-8 – Proverbios 14:11-12