Mi profesor de filosofía nunca perdía una oportunidad para atacar la Biblia. Un día, al final de la clase, le pregunté:
–¿No cree que le da demasiada importancia a la Biblia? ¿Por qué no la deja en paz?
–Tiene razón, pero quizás es ella la que no me deja en paz, fue la respuesta.
La Biblia nos habla de un rey, Joacim, que pidió que le leyeran las palabras que Dios había dicho a su profeta Jeremías (Jeremías 36). Eran advertencias solemnes de Dios, las cuales le incomodaron mucho. Si el rey quería escapar de los juicios anunciados, tendría que cambiar su forma de vida y arrepentirse, pero no tenía ningún deseo de hacerlo. Entonces, sin esperar que la lectura terminara, el rey arrojó el libro al fuego.
¡Así no se encuentra la paz! Jeremías volvió a escribir el libro, según las palabras de Dios, en otro pergamino. En cuanto a los juicios anunciados por el profeta, efectivamente se cumplieron.
Sí, la Biblia es la Palabra de Dios, de un Dios que nos ama. Por medio de ella nos advierte y nos invita a cambiar nuestra actitud hacia él y nuestro modo de vida. Tal vez estas advertencias no nos dejen en paz, y se opongan a nuestras malas tendencias. Pero la Biblia dice la verdad. La voz que nos persuade de ello es una voz interior, la de nuestra conciencia.
¡No cierre sus oídos a los llamados de Dios, quien quiere salvarlo! ¡Reconcíliese con él, no acalle esa voz!
Isaías 34 – 2 Pedro 3 – Salmo 47 – Proverbios 14:9-10