A menudo damos esta respuesta fácil, que esconde las preocupaciones sin abordarlas. Es la respuesta de un vendedor a un cliente preocupado por los plazos de entrega, de un médico para tranquilizar a su paciente. «No hay problema», dice el obrero a su cliente.

Estas palabras son tranquilizadoras cuando nos enfrentamos a un mundo cada vez más agresivo. Pero cuando las preocupaciones se multiplican, corren el riesgo de minar nuestra serenidad y generar estrés y ansiedad.

La Biblia compara las preocupaciones de la vida con las espinas que ahogan toda vida espiritual (Lucas 8:14). Ocupados en nuestra vida cotidiana, luchando por librarnos de las preocupaciones, corremos el riesgo de perder lo esencial.

Jesús sugiere otra actitud ante nuestras angustias y problemas. Él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

Allí, junto a él, sabiendo que nos escucha, contémosle todo lo que carga nuestro corazón. No nos dirá necesariamente: «¡No te preocupes!, voy a cambiar tu situación». Más bien, en medio de nuestras dificultades, nos llenará de paz. Él dirigirá las circunstancias de nuestra vida para nuestro bien.

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).