Las bienaventuranzas son una imagen de Jesús: cuanto más presentes estén en nuestra vida cristiana, más reflejaremos la persona de Cristo en nosotros. En la tierra Jesús no tenía un lugar dónde recostar su cabeza (Mateo 8:20), vivía en la pobreza (2 Corintios 8:9). Era “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Jesús es, por excelencia, el que trae la paz, pues hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). Humillado, perseguido, fue el varón de dolores (Isaías 53:3). Pero al mismo tiempo experimentaba una plenitud de gozo que comunicó a sus discípulos (Juan 15:11).
Para vivir las bienaventuranzas, primero debemos haber creído en Jesús. Entonces podemos aceptar sus palabras con gozo y considerarlas como el plan de Dios para nuestras vidas, como la dirección que nos muestra y la promesa que nos hace. Podemos escuchar estas bienaventuranzas sin desanimarnos por sus exigencias, y como un llamado a emprender el camino que Jesús abrió.
Isaías 11-12 – 1 Tesalonicenses 1 – Salmo 40:1-5 – Proverbios 13:2-3