Hoy, probablemente, usted escuche hablar de Jesús, nacido hace más de 2 000 años en Belén. En navidad es común hablar del «niño Jesús». Si podemos enternecernos ante un bebé, también es útil saber un poco más sobre este niño.
El ángel que anunció su nacimiento a María dijo: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo”. Dios tuvo cuidado de mostrar que este no era un niño como los demás, sino que tenía una naturaleza divina. Pero, ¿por qué el Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo? Porque quiso venir al mundo en la condición más humilde, ponerse al nivel de los más desamparados y visitarlos en los lugares más sombríos.
No vino a reinar, sino a encontrar a los seres humanos tal como son: a los condenados, para ofrecerles el perdón; a los perdidos, para devolverles la dignidad; a los cegados por sus propias ideas o las de otros, para iluminarlos con la verdad. Jesús vino a encontrarnos en nuestro ámbito, para iluminarnos con su presencia. Ocultó su grandeza divina para acercarse a nosotros.
Hoy, Jesús simplemente pide ser recibido en nuestros corazones (leer Juan 1:12). Y, a los que lo aceptan, se les revela como el gran Salvador. Porque él es grande, como el ángel lo anunció. Fue despreciado, escarnecido, condenado a muerte. Pero Dios “le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
Zacarías 9-10 – Apocalipsis 18 – Salmo 147:1-6 – Proverbios 30:24-28