Una gran multitud salió de la ciudad, acompañando a Jesús en su último viaje a Jerusalén. Pocos lo reconocían como el Mesías, el Rey prometido. Bartimeo, un mendigo ciego de la ciudad de Jericó, no podía ver con sus ojos, pero su espíritu veía con claridad: clamó a Jesús llamándolo por su título real: ¡Hijo de David! Esto significa: heredero del trono del gran rey David. Muchos de entre la multitud consideraron que el mendigo molestaba y lo reprendieron para que callase. Pero él no se desanimó y continuó clamando. Jesús se detuvo y mandó llamarle. Entonces, los que fueron a buscarle le dijeron: “Ten confianza; levántate, te llama”.
¿Hemos esperado alguna vez que una persona especial nos llame? Quizás hayamos tenido que insistir, perseverar con la esperanza de escuchar esa llamada. ¡Qué alegría cuando llega!
¿O tal vez tenemos la impresión de no ser llamados, de molestar, de permanecer al borde del camino? ¡No nos rindamos! Jesús nos llama, para él nunca somos inoportunos. Reconozcámoslo como lo que es: el Hijo de David, el Rey, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios. Vino a la tierra para ser nuestro Salvador. ¡No permitamos que nada nos detenga! Como Bartimeo que arrojó su capa, levantémonos, despojémonos de todo lo que nos estorba y vayamos a Jesús. Recibiremos la salvación que él ofrece, una salvación eterna.
Zacarías 7 – Apocalipsis 16 – Salmo 146:1-7 – Proverbios 30:18-20