El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
El reino de los cielos (llamado también “el reino de Dios”) es dirigido por Dios desde el cielo. No tiene territorio ni límites geográficos. En cada continente hay personas que forman parte de él. No entraron allí por un derecho de propiedad o de sangre, sino por lo que Jesús explicó a Nicodemo: naciendo de “nuevo” (Juan 3:3).
Al hablar del nuevo nacimiento, Jesús desbarata la idea de que uno puede mejorar su propia naturaleza para merecer el acceso al reino. Es preciso eliminar esta naturaleza que solo puede hacer el mal. Este nuevo nacimiento -en el mundo celestial, en el reino de Dios- se realiza por la acción conjunta del agua (símbolo de la Palabra de Dios) y del Espíritu Santo. Si quiero nacer de nuevo, debo escuchar y creer lo que Dios me dice; entonces Dios pone su Espíritu dentro de mí, el cual me transmite una nueva vida, la vida eterna.
El reino de Dios está, pues, formado por personas que creen en Dios. La única contribución de una persona a su nuevo nacimiento es la fe. ¡Dios hace todo lo demás! No cambia nuestra apariencia ni el mundo físico donde vivimos, sino que nos introduce en un reino moral y espiritual nuevo. “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
A menudo Jesús decía: “El reino de los cielos se ha acercado”. Hoy ese reino está cerca de usted; dé el paso, entre en él por la fe en Jesús.
Zacarías 2-3 – Apocalipsis 13 – Salmo 145:1-7 – Proverbios 30:11-14