Jesús estaba a la mesa en casa de Simón, un líder religioso que lo había invitado. Entonces una mujer de la ciudad, de mala reputación, una pecadora según la opinión de Simón, se atrevió a entrar en su casa y postrarse a los pies de Jesús. Ella sabía que Jesús de Nazaret tenía una respuesta a su sed de perdón, a su deseo de liberación. Sin decir una palabra, se acercó a él con un frasco de perfume y comenzó a regar con lágrimas sus pies, ungiéndolos con el perfume, para expresarle su gratitud, su fe y su amor. Sabía que sería perdonada y liberada porque tenía fe en la misericordia de Dios. Jesús le dijo: “Tus pecados te son perdonados”.
¿Ha escuchado usted esta palabra de Jesús: “Tu fe te ha salvado?”.
Este relato destaca varias miradas distintas:
Simón también necesitaba que Dios borrara la deuda de su pecado. Necesitaba cambiar su opinión sobre esta mujer para poder ver su fe y su amor. Sobre todo, necesitaba ver y discernir en Jesús, al humilde galileo, al Señor que conocía sus pensamientos más secretos y tenía el poder de perdonar sus pecados.
Y yo, ¿qué opinión tengo sobre mí mismo, sobre los demás, y sobre Jesús?
Eclesiastés 4-5 – Apocalipsis 1 – Salmo 139:1-6 – Proverbios 29:11-12