Federico y Luis eran vecinos, pero su relación se había vuelto tensa tras una disputa por sus tierras.

Luego Federico escuchó el Evangelio y aceptó a Jesucristo como su Salvador. Cuando analizó su vida a la luz de Dios, reconoció que no había actuado correctamente con Luis, en absoluto. Entonces confesó esta falta a Dios y sintió la necesidad de ir a reconciliarse con su vecino. Fue a verlo y le dijo:

–Quiero pedirle perdón. Tuvimos muchas discusiones y yo tuve la culpa.

–Es lo que siempre he dicho, respondió Luis con aspereza. Así que no le perdonaré.

–A partir de ahora viviré de forma diferente, insistió Federico, porque todos debemos comparecer un día ante el tribunal de Dios.

La familia de Luis se sorprendió mucho. Su hijo les explicó que este vecino ahora era cristiano. Esto hizo reflexionar al padre, quien se dijo: «Debe haber algo bueno en el Evangelio, si puede cambiar tanto a una persona», y pensó otra vez en las palabras de Federico sobre el tribunal de Dios. Finalmente reconoció que él también era un pecador y confesó su culpa a Dios.

Entonces Luis fue a la casa de Federico, donde recibió una calurosa bienvenida, y le dijo:

–Usted fue a pedirme perdón, pero ahora veo que yo actué mucho peor que usted. Luego se dieron la mano en señal de reconciliación. Los vecinos hostiles se convirtieron en hermanos en Cristo.