A principio de año solemos tener buenos propósitos, y a veces también nos gusta soñar. Nos gustaría ver:
– una tierra sin violencia ni guerra
– un planeta menos contaminado
– una vida sin sobresaltos
– no más niños llorando, o humillados
– no más injusticia, no más pobres
– no más fanatismo, no más genocidios
– un cónyuge e hijos equilibrados
– una familia feliz
– un cuerpo que no envejezca, que no muera.
¡Deseos que quedan sin solución humana!
Pero hoy Dios ofrece algo mejor. Quiere responder a lo que sabe que es esencial para nuestra felicidad. Envió a su Hijo unigénito a la tierra para darme:
– perdón por todos mis pecados
– gracia por mis errores
– esperanza ante la muerte, la seguridad del paraíso
– dirección y luz para guiar mi vida
– fuerza en las dificultades
– valor en tiempos difíciles
– paz en el sufrimiento
– respuesta a mis preguntas existenciales
– la felicidad por encima de todo…
¡Sencillamente una vida abundante y eterna!
“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
Génesis 1 – Mateo 1 – Salmo 1 – Proverbios 1:1-6