Alguien se preguntó: «Jesús trajo un mensaje de esperanza y paz. No entiendo por qué nadie puede aplicarlo». Más de 2000 años después de su venida a la tierra, la gente sigue hablando de las profundas enseñanzas que Jesús nos dejó. Algunas de sus palabras nos atraen poderosamente: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada” (Lucas 6:35). Poner en práctica esta exhortación cambiaría radicalmente la vida en sociedad y traería paz y felicidad a los hombres. Entonces, ¿por qué no lo hacemos?
Simplemente porque el ser humano es incapaz de hacer el bien. Su naturaleza pecaminosa no se lo permite. La prueba de ello fue cuando Jesús, el mensajero del amor y la paz, fue rechazado y condenado a muerte. “Me devuelven mal por bien, y odio por amor” (Salmo 109:5). La Biblia añade que los hombres, en nuestro estado natural, somos “insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3).
Pero Dios no se detiene en esta triste constatación, sino que nos da el remedio. La fe en Jesucristo y en la eficacia de su sangre, su vida entregada en la cruz, nos libra de nuestra culpa. Además, Dios da al creyente una nueva naturaleza, capaz de amar como él. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17).
Génesis 14 – Mateo 8:23-34 – Salmo 7:9-17 – Proverbios 3:7-8