Los discípulos de Jesús, una pequeña compañía reunida en torno al Maestro, estaban preocupados y entristecidos por la noticia de su sufrimiento, su muerte y su partida al cielo, a la casa de su Padre (Juan 14:1-7). Sufrían al pensar que no lo tendrían más con ellos. Pero Jesús les aseguró que podían dirigirse a Dios como a un Padre: “En aquel día pediréis en mi nombre… pues el Padre mismo os ama” (Juan 16:26-27). Jesús vino a la tierra para dárnoslo a conocer como nuestro Padre. “A todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Más tarde Jesús resucitado dijo a María Magdalena: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).
Cristianos, ¿nos acercamos a Dios teniendo esta feliz relación de un hijo con su Padre? Sí, el Dios que creó el universo es el Padre de nuestro Señor Jesucristo y nuestro Padre. Así como Jesús se preocupó por el bien de sus discípulos, por sus necesidades cotidianas, por su liberación, por su protección, de la misma manera hoy nuestro Padre quiere responder a nuestras peticiones, según su sabiduría.
Nuestro Padre celestial se alegra con nuestras alegrías, y desea compartir nuestras penas y sufrimientos. Confiémosle nuestros proyectos, nuestras preocupaciones y angustias. Si a veces nos cuesta sentirlo cerca, volvamos a leer el evangelio de Juan, donde Jesús nos habla del Padre y nos dice: “El Padre mismo os ama” (Juan 16:27).
Génesis 18 – Mateo 10:1-25 – Salmo 9:11-14 – Proverbios 3:13-15