En el momento de la cena, viendo llegar una fuente de verduras gratinadas, Bruno, un niño de seis años, exclamó:
–¡No quiero, no me gusta!
–¡Pero si nunca lo has probado!
–No, no quiero.
Finalmente, Bruno probó las verduras, y tras unos bocados pidió más.
Algunos adultos tienen la misma actitud frente a la Biblia. Leen muchos libros, incluso religiosos, pero les cuesta superar un prejuicio desfavorable sobre la Biblia. Sí, hay que tomar una decisión para conocer a Jesús.
La Biblia nos muestra un hermoso ejemplo sobre la necesidad de indagar por nosotros mismos. Felipe, un discípulo de Jesús, le dijo a su amigo Natanael que había encontrado al Mesías, Jesús de Nazaret. Natanael respondió: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). Natanael sabía que esta aldea carecía de interés para los religiosos. ¿Se detendría ahí? Felipe no discutió con él, sino que le hizo una invitación que también se dirige a toda persona sincera: “Ven y ve”.
Así lo hizo Natanael. Fue a Jesús, y convencido declaró que Jesús era el Hijo de Dios. Si no hubiera ido a Jesús, se habría perdido un encuentro que cambiaría su vida.
La honestidad intelectual exige que nos abstengamos de juzgar o despreciar lo que no conocemos, y que procuremos informarnos cuidadosamente antes de hablar de ello.
“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16).
Génesis 19 – Mateo 10:26-42 – Salmo 9:15-20 – Proverbios 3:16-18