Una persona es salva a partir del momento en que cree en Jesús. Desde entonces posee una esperanza que es parte integral de su salvación. Esta esperanza está “guardada en los cielos” (Colosenses 1:5), le pertenece, ¡sea o no sea consciente de ello!
En el lenguaje común, una esperanza implica incertidumbre. Pero en la esperanza cristiana no hay incertidumbre: la fe es “la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1). Es la convicción de contemplar un día la gloria del Hijo de Dios, de estar para siempre con él y ser semejantes a él (1 Juan 3:2; Juan 17:24; 1 Tesalonicenses 4:17; Romanos 5:2).
También significa esperar estar con Jesús en la casa del Padre, donde él ha preparado un lugar para los suyos (Juan 14:1-3). La casa del Padre es un lugar de descanso y seguridad, un lugar donde el amor reina. Es el hogar de los hijos de Dios, el destino final de su viaje por esta tierra.
El predicador Spurgeon dijo: «Nuestra esperanza en Cristo para el futuro es el motivo y la base de nuestra alegría en la tierra. Tal esperanza nos hará pensar con frecuencia en el cielo, pues allí se promete todo lo que podemos desear. Aquí estamos cansados y agobiados; pero el lugar de descanso está allá arriba».
Nuestra esperanza está basada en la fe en la resurrección. Por eso, aunque estemos de luto, no estamos entristecidos “como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13).
Génesis 31 – Mateo 18:1-14 – Salmo 18:1-6 – Proverbios 5:21-23