¡Cuántas veces hemos escuchado o leído esta expresión! Se levanta al unísono frente a lo detestable: guerras, genocidios, terrorismo… Quisiéramos que las lecciones del pasado sirvieran para algo, pero ¿qué sucede? La sangre sigue corriendo en muchas partes del mundo, la fragilidad del equilibrio mundial es inquietante, y con mucha razón. Es evidente que a pesar del loable deseo de ver una mejor humanidad, de la que se desterraría el horror, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre.
No es necesario buscar la razón en las circunstancias económicas, políticas o sociales. El problema está en cada uno de nosotros. ¡La Biblia lo llama pecado! Este nos ha alejado de Dios, y es la causa de todos los problemas del mundo.
El mayor de los pecados se cometió el día en que Jesucristo fue crucificado. Jesús fue el enviado de Dios para salvar a los hombres. Durante su vida solo hizo el bien. Se compadecía de los pobres y necesitados. Sin embargo, los hombres se unieron para pedir su muerte. ¿Qué más pruebas se necesitan para demostrar que el corazón humano es fundamentalmente malo?
No esperemos que la humanidad mejore. Jesús no vino a hacer de nuestro mundo un lugar mejor; pero se presenta a cada uno de nosotros como el Salvador, dispuesto a resolver el problema del pecado para cada uno de nosotros, con el fin de reconciliarnos con Dios. Vino a la tierra porque amaba a los pecadores, ¡y su amor le llevó a dar su vida por nosotros!
Génesis 29 – Mateo 16:13-28 – Salmo 17:6-9 – Proverbios 5:7-14