«En mi juventud recibí una buena educación religiosa, pero me quedé en el nivel de las apariencias. Dios no estaba ausente, pero era externo a mí… No había captado que era el Creador, la fuente de mi vida. Mi fe, aunque era frágil, resistía las dificultades de la vida cotidiana. Así fue hasta el día del accidente que costó la vida a mi hermana, a mi cuñado y a su pequeña hija. Entonces mi fe se hizo añicos… y rechacé a Dios, al menos como lo había conocido. ¡Pero él no me abandonó! Las preguntas permanecían en mi corazón, ¡y pronto Dios se me reveló!
Tres años después, con dos colegas, Luis y Roberto, fui a Argelia para reparar unas líneas telefónicas. Una tarde en Beni-Mansour, mientras paseábamos por un sendero en el campo, el cielo estaba magníficamente estrellado, una belleza propia de África. De repente, Luis dijo:»Esta belleza solo puede provenir de un Ser único y superior a nuestra humanidad«. Cuando le hablé de mi alejamiento del Señor, me dijo:»¿Crees que esta luz, esta disposición de las estrellas, esta infinidad, esta armonía no son obra de un Ser único que nos sobrepasa? «. Aquella tarde no fuimos más lejos, pero la pequeña semilla de fe que había en mi interior se despertó.
Esa semilla tardó mucho tiempo en germinar y crecer, hasta que me llevó a una relación viva con Dios. Treinta años después pude hablarle a Luis de mi fe… poco antes de su muerte. Así supo que su testimonio había sido útil».
Génesis 27 – Mateo 15:21-39 – Salmo 16:7-11 – Proverbios 4:20-27