«El amor propio… ese sabor inimitable que solo se encuentra en uno mismo…». Esta reflexión de Paul Valéry se aplica a la autosatisfacción. Dicho sentimiento consiste en estar satisfechos de nosotros mismos, en querernos debido a nuestras cualidades y virtudes. La autoestima y la confianza en uno mismo son valores muy apreciados en nuestra sociedad actual, porque muestran cierta fuerza de carácter que nos permite triunfar. Sin embargo, al ocupar nuestros pensamientos, corren el riesgo de fomentar el orgullo, la prepotencia y el menosprecio a los demás.
La Biblia afirma: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). Ella muestra la incapacidad del hombre para transformarse a sí mismo, pero proporciona el antídoto contra nuestro orgullo y nuestro ego.
Dios quiere orientar nuestra capacidad de amar hacia los que nos rodean. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, nos dice la ley divina (Marcos 12:28-31). El cristiano, quien ha recibido una nueva vida por medio de la fe, sabe que el Hijo de Dios, Jesús, lo amó y se entregó a sí mismo por él en la cruz (Gálatas 2:20). Asimismo trata de responder a la petición de Jesús: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12).
Si el amor a Dios es el motivo de nuestra vida, debería producir en nosotros el amor al prójimo, animándonos a olvidarnos de nosotros mismos y a no ser egoístas.
Eclesiastés 1:1-2:11 – Santiago 4 – Salmo 138:1-5 – Proverbios 29:7-8